viernes, 25 de noviembre de 2011

Capítulo 1

Esto no es verdad, esto no está pasando. Estoy ya en mi hotel, en la cama, borracho y durmiendo. Pero esto no está pasando. Repito: esto no está pasando. Hace un segundo estaba meando en el baño de una cervecería del centro de Munich y ahora salgo y en frente mío, hay un tipo tirado en el suelo. Tiene en el cuello una herida abierta de unos veinte centímetros. No tiene buena pinta. El tipo tampoco. De hecho parece bastante muerto. Y no es el único. Una chica rubia que hace unos minutos coqueteaba con medio bar ahora está desparramada por la barra. Tiene las entrañas por fuera y algo se las está comiendo. Como esto no está pasando me doy la vuelta y vuelvo a entrar en el baño. Me encierro en el retrete y espero a que los gritos cesen. Me siento en la taza. Repaso mentalmente las cosas que tengo que hacer mañana. La primera es coger el avión de vuelta a Madrid. La segunda es tirar estos pantalones y la tercera olvidarme de lo que acabo de ver.

Me quedo sentado unos diez minutos. Miro en el móvil la hora. Hace siete minutos que no se escucha nada. Estoy dispuesto a quedarme aquí sentado hasta mañana si hace falta. Esta película ya la he visto. Ahora es cuando la incauta víctima abre la puerta del baño pensando que ya ha pasado todo y el monstruo aparece de repente y se lo come. Por no haberse estado quietecito, y por impaciente. Pues como estoy en la habitación 237 del hotel Regent, tumbado en la cama, y soñando que estoy encerrado en el retrete me pongo a jugar con mi teléfono. Busco en el menú de juegos alguno que parezca entretenido. Es la primera vez en mi vida que lo uso. También es la primera vez en mi vida que espero en el baño a que un monstruo acabe de darse un banquete en un bar. Siempre hay una primera vez para todo, supongo.

Ha pasado más de media hora y sigue sin escucharse un alma. Se me ha pasado por la cabeza llamar a la policía. Pero no hablo nada de alemán y no sé si me voy a poder defender en inglés sin hacer mucho ruido. Y ni siquiera sé cual es el número. Este sueño empieza a cansarme. Me levanto y salgo del retrete. El baño sigue en calma. Avanzo hasta la puerta, con dos dedos la empujo y entreveo lo que hay fuera. Parece que todo ha pasado. Agudizo el oído. No se oye ni el zumbido de una mosca. Miro hacia el suelo y veo un gran charco rojo. Si es lo que parece, creo que no tengo ganas de ver más. Mi sentido común me dice que vuelva a mi escondite y me quede allí hasta que llegue la policía. Y eso es lo que quiero hacer pero hay algo que tira de mi. Algo que no recuerdo que hubiera estado ahí antes. ¿Valor? Dejémoslo en inconsciencia mezclada con curiosidad y con un toque de culpabilidad. Sírvase frío a ser posible.

Aquí estoy, en medio del bar. No parece haber nadie más. Al menos nadie con vida. Procuro no posar la vista sobre la chica de la barra. Alguien se ha dedicado ha pintarrajear las paredes con la sangre de uno de estos pobres infelices. Cuento cuatro en total. El tipo de la herida en el cuello, la chica de la barra, el camarero, que está empotrado en la estantería para las botellas y ha mezclado su sangre con varios licores en un espantoso mural. Por último, casi a la entrada bajo una de las mesas, hay un cuarto cuerpo. No lo reconozco, nadie lo hará ya. A medida que avanzo mis zapatos van pisando la sangre que corre bajo mis pies. Procuro dar pasos cortos y certeros para no salpicarme los pantalones. De acuerdo que los voy a tirar pero no es plan volver al hotel cubierto de sangre hasta las cejas. Miro de nuevo a la pared. Hay una especie de inscripciones hechas con sangre. Parecen símbolos. Me llevo la mano al bolsillo y las hago una foto con el móvil. Bonito souvenir de mi viaje de negocios. Disculpad si estoy un poco sarcástico pero es que esto no me ocurre a menudo.

Unos pasos más y estaré fuera. Cuando esté a salvo avisaré a la policía. Lo juro chicos. Esto último lo digo en voz alta. Una vez toco el pomo de la puerta y comienzo a abrirla comienzo a respirar con normalidad. Afuera hace frío. Una bocanada de viento helado me sacude en la cara. Jamás me había sentado tan bien. La calle esta mojada. En unas pocas zancadas la sangre de mis suelas se ha mezclado con el agua de lluvia. Me abrocho el abrigo y me meto la corbata por dentro del traje. Comienzo a correr calle abajo. Hacia la avenida dónde todavía hay trafico. No miro atrás. Apenas pasan un par de coches. Ningún taxi. Me estoy pelando el culo de frío. Avanzo por la avenida, alejándome cada vez más del bar. En la habitación 237 alguien se ha dejado la ventana abierta porque estoy realmente congelado. El miedo se me ha pasado un poco. Es difícil determinar si los escalofríos son por el miedo o por los diez grados bajo cero. Veo un taxi de lejos y corro hacia él como un loco, saltando por el medio de la avenida. El coche se detiene. El turco que va al volante me pregunta algo en alemán.

-Hotel Regent, please.

Le respondo. Otra nueva parrafada en teutón y yo me monto en el coche. Al sentarme en el calor del interior del coche, me entran mareos. Tengo las manos y las orejas ardiendo, me duelen de veras. Creo que tengo ganas de vomitar. Por cortesía al amable taxista intentare aguantar hasta el hotel. El turco me mira por el espejo retrovisor. Estoy asfixiado y respiro fuerte. Le devuelvo la mirada y él continua con los ojos en la carretera. Me tranquilizo. A través del espejo solo puede ver a un tipo barrigudo a punto de cumplir los cuarenta, que se esta quedando calvo y que tiene la nariz y las orejas rojas de frío. No puede saber lo que acabo de ver. No puede saber que soy un españolito en viaje de negocios que había salido a tomar unas copas a ver si ligaba con alguna alemana borracha. No puede saber que hay monstruos y que se comen las entrañas de la gente. No, el turco no sabe nada de eso. Bastante tiene con conducir su taxi. El taxímetro marca once euros. Le pago con quince y salgo del taxi sin esperar respuesta.

En recepción pido mi llave. La chiquita que está de guardia me la entrega y me meto en el ascensor. Dos plantas más arriba me dirijo hacia la puerta de la habitación y entro en ella, dispuesto a fundirme con mi yo durmiente. Cuando me meta en la cama y me quede dormido me habré fundido con mi otro yo. El que lleva toda la noche dormido. Y mañana al despertar, la pesadilla habrá terminado. Sincronizo la alarma del móvil a las 6:35 de la mañana. Aún tengo cuatro horas para olvidarme de esta noche.

Alguien golpea mi puerta. Abro los ojos sobresaltado. Es Jaume. Me pregunta si ya estoy listo. No sé que responderle. Estoy en calzoncillos y he dormido con la camisa del traje puesta.

-¿Qué? ¿Ayer hubo fiesta?

Me pregunta. Balbuceo algo incoherente. Y él me dice que en cinco minutos tendremos el taxi en la puerta. Le digo que no se preocupe, no tardaré tanto. Hago lo que me falta de maleta y me lavo la cara en el lavabo. A los cuatro minutos salgo del ascensor en el recibidor de la entrada. Él ya esta allí con su equipaje preparado. Le pregunto si podemos desayunar algo. Él me dice que mejor en el aeropuerto. Aún es de noche en el exterior, cargamos las maletas en el taxi y Jaume se sienta delante con el taxista. Va hablando con él en alemán. Yo me dedico a mirar por la ventanilla. Al final no he tenido tiempo de ver la ciudad. Otra vez será.

Nuestro vuelo sale a las 8.35, a penas tenemos tiempo para un café rápido y nada de comer. Mi estomago me lo echa en cara durante el vuelo. Jaume me vuelve a preguntar por la noche anterior. En concreto que hice después de que él se fuera al hotel y me dejara con una analista irlandesa con la que habíamos estado reuniéndonos toda la semana. La verdad es que ni yo le interesaba, ni ella a mí. Así que nos fuimos cada uno a nuestros respectivos hoteles, no pasó más. Me mira con cara de pícaro. Yo sonrío y le digo que de verdad, no hay nada interesante que contar. Jaume está casado. Conocí a su mujer en un viaje que hicieron a Madrid. Una chica encantadora, demasiado para Jaume. No me malinterpretéis, Jaume me cae bien. Digámoslo así: Es buen compañero y muy trabajador pero no excesivamente fiel a la empresa. Es unos diez años más joven que yo y se le dejan se comerá el mundo. Tiempo al tiempo. Yo me conformo con bastante menos. Para empezar me gustaría dejar de viajar una temporada. Empecé en esta empresa hace doce años y todavía sigo siendo Analista de Sistemas, un cargo medio, tirando a menor. Así se ha premiado mi fidelidad. No me importa, la verdad. Me gusta mi rutina. Me gusta la gente con la que trabajo y no esta mal pagado. Me permite mis caprichos y pagar el piso en el que vivo.

Llegamos a Madrid sobre las once, me da pena el pobre Jaume, después de la reunión que tenemos en la oficina, él se tiene que coger otro avión a Barcelona. En el taxi de camino a la oficina me comenta que le ha parecido el viaje. Se le ve desencantado. Y aunque él no me ha dicho nada, ha llegado a mis oídos que se va ha marchar a la competencia. Le deseo mucha suerte, solo le echo en cara que no tenga la confianza para decírmelo personalmente después de tres años de trabajar juntos. Así es el mundo de los negocios. Avanzamos por la Castellana, en Madrid hace un sol radiante, aunque la temperatura también es baja. En casa de nuevo. Sonrío y se lo digo a Jaume. Habla por ti, me dice. Me río y le pido que me disculpe, no lo había pensado. Al pasar cerca de lo que fue el edificio Windsor me quedo mirándolo. Ahora es algo grotesco. Parece el esqueleto carbonizado de un titán. Se quemo hace unas semanas y todavía no saben porqué. Un edificio de 32 plantas en pleno centro de Madrid, ardió hasta los cimientos y nadie sabe como ha pasado. La verdad es que las imágenes eran espectaculares, lo vi por televisión, como media España. Jaume comenta que ellos también tienen sus cositas, a nosotros se nos queman los edificios y a ellos se les vienen abajo. Lo dice porque hace unas semanas se vinieron abajo unas cuantas casas en el barrio del Carmelo, por culpa de las obras subterráneas del metro. Quien esté libre de culpa que tire la primera casa. Por fin llegamos a nuestro destino.

La verdad es que no me he preparado lo que voy a decir a mi jefe. Confiaba en que Jaume hablara por mí y ese no va a ser el caso hoy. Así que en el ascensor me hago un esquema mental de lo que voy a decirles. No os aburriré con el trabajo que desempeño, solo unas pocas observaciones. Me dedico básicamente a ver que sistema de trabajo tienen nuestros clientes para crear luego una aplicación de software que les ayude a hacer más fácil su trabajo. Suena bien ¿eh? Y que puedo contarles de mi viaje a Munich. Pues no mucho. Básicamente podemos reutilizar un programa que ya hicimos para una empresa francesa, claro que eso me lo callo. Y en lugar de eso soltaré frases hechas para quedar bien y aparentar que hemos trabajado mucho. Jaume y yo salimos del ascensor, todavía cargados con las maletas. Las dejamos en mi despacho. Y con despacho quiero decir una mesa flanqueada por dos mamparas. Justo al entrar a mi puesto veo de refilón a Cristina. Le digo a Jaume que se ponga cómodo y que si quiere que le traiga algo. Me pide un botellín de agua. Yo voy a la mesa de Adela, mi soporte, y la pido por favor si me puede conseguir un botellín de agua y unos donuts o lo que sea. La doy diez euros y pongo la más encantadora de mis sonrisas. Ella me da la bienvenida y me dice que hará lo que pueda, la digo que después avise a Miguel Suárez de que ya estamos aquí. Busco con la mirada a Cristina. No esta en su mesa. Me vuelvo al despacho y me encuentro que Jaume se ha puesto realmente cómodo. Esta sentado en mi mesa y esta hablando por teléfono. Al parecer con su mujer. Me dice con los labios “Es personal”. Cierro y me doy la vuelta. Voy hasta la mesa de Adela, también está al teléfono, la cojo los diez euros y me voy a la zona de “vending”. Hay que joderse que haya que llamar a la zona donde se echa el cigarrillo y el café, “vending”, con lo bonito que es “Sala de maquinas”. Bueno pues voy a las maquinas de donuts y cafés. Justo cuando entro yo sale Cristina. Si me ha visto no se ha dado por aludida. Que el donut sea con chocolate. Últimamente me esta entrando complejo de hombre invisible. Saco los donuts de la maquina y me olvido del botellín de Jaume, así que vuelta al vending.

Cuando paso al lado de Adela me dice que ya ha avisado a Miguel, en un cuarto de hora en su despacho. ¿Podré desayunar en paz?. Jaume sigue al teléfono, le digo por gestos que continue y me lanzo a abrir el paquete de donuts. Mmmmmmmmmmm. Creía que iba a morir de inanición. Sé que no le viene bien a mi tripa, ni a mi dieta, ni a mis arterias pero que se le va a hacer. Dejo las gafas sobre el escritorio y me siento en la otra silla. Algo así como el recuerdo de una resaca se cruza por mi cabeza. Jaume me dice que ya está listo.

Miguel asiente en silencio a nuestra presentación. Parece que por ahora le hemos convencido. Jaume tiene mucha labia para estas cosas. Es de esas personas que saben hacer atractivas las cosas por muy aburridas que sean. A mi me gustaría poder ser también así. A veces tengo la sensación de que consigo hacer aburrido hasta lo que me apasiona. Hay personas que son comunicativas y otras que no. Jaume lo es, yo no. Por eso sigo en el puesto que sigo después de tantos años. Falta de carisma. Lo prefiero así, tengo las responsabilidades justas y un horario bastante decente. Suena a justificación y quizás lo sea.

Reafirmo prácticamente todo lo que dice Jaume y Miguel queda satisfecho. Aunque en mi cabeza surgen cientos de interrogantes y cabos sin atar que se transformaran en una buena factura telefónica con Alemania. Miguel nos convoca para otra reunión a mitad de la semana que viene y esta vez quiere ver papeles sobre la mesa. Jaume le contesta que no habrá problema. Creo que hacemos buen equipo: yo pienso y él habla por mí. Le voy a echar de menos si se va.

Nos despedimos de Miguel hasta la semana que viene y le deseamos buen fin de semana. Jaume sale en unos minutos de vuelta a Barajas. Yo tengo que recoger unas cuentas cosas y luego me iré a casa. Hoy es viernes y el horario de oficina es hasta las tres. Tengo toda la tarde libre.

Salgo de mi despacho y encuentro a Jaume hablando con Cristina. En realidad esta hablando con varias de las chicas de la oficina, me fijo en como le observan, todas embelesadas mientras ríen sus gracias. Me acerco a ellos y pregunto de qué hablan. Jaume me contesta que estaba contando lo contento que se pone de ver a tanta chica guapa en el trabajo. Así da gusto venir a trabajar a Madrid, dice. Sé que, evidentemente, no estaba contando eso, de todas formas el halago ha funcionado. Jaume se despide diciendo que si sigue aquí perderá el avión de vuelta. Todas se despiden de él amablemente y yo le digo que le acompaño al ascensor. En el trayecto le comento que el lunes le pasare los informes por correo electrónico, él me dice que sin problema, que en cuanto pueda me contesta. Me pregunta si voy a hacer algo el fin de semana, le contesto que probablemente el sábado salga con los amigos. Nos despedimos hasta el miércoles y él se va en el ascensor.

Vuelvo la vista atrás con la esperanza de encontrar la mirada de Cristina. No hay suerte, esta hablando con Adela. Me doy cuenta de que he olvidado la gabardina y vuelvo a mi despacho. A cruzarme con Cristina desvío la mirada de sus ojazos. Este juego es un poco estúpido. En el fondo sé que ella no tiene el más mínimo interés, Aún así alimento mis esperanzas con cada gesto, cada palabra, cada sonrisa de Cristina. Es absurdo por muchas razones y la principal es que se va a casar en unos meses. Ya tiene fecha y todo. Lleva con el mismo novio siete años. Yo la conozco hace dos. Y desde el primer día que puso los pies en esta oficina, yo vivo en un infierno. Porque en eso se ha convertido mi vida. Ella es la razón por la que no quiero irme a trabajar a otra empresa. Es la razón por la que me levanto cada mañana y vengo con ganas a trabajar. Es la razón por la que mi vida tiene un poco más de sentido. Y también es la razón de mis penas y de mi angustia. Fuente y solución de todos mis problemas. Esa es Cristina.

Finalmente salgo con mi maleta, mi gabardina y me despido de todos deseándoles buen fin de semana. Adela se despide igualmente y Cristina con un breve hasta luego. Antes de llegar al ascensor me encuentro con Hermida. Hermida es un informático que ha entrado hace unos pocos meses con el que me llevo muy bien. Me pregunta que tal me ha ido por la tierra de las frankfurts. Le contesto que bien, que he comprado un pirata de Springsteen que ya le pasaré. Él me contesta que ya esta esperándolo. Es fan del boss igual que yo.

Cojo el metro de vuelta a casa. No me gusta dejar el coche varios días aparcado en el centro cuando me voy de viaje, así que el metro es un mal menor. Es entretenido observar a la gente que viaja en él. Justo cuando me voy a tener que bajar de parada consigo asiento. Ya se sabe, la ley de murphy.

Me preparo la comida en casa, pasta de sobre y un filete casi crudo. Tiene delito que después de diez años viviendo solo no sepa cocinar un filete en condiciones. Después de comer me quedo dormido viendo la televisión. Apenas son unos veinte minutos pero me despejan del cansancio que acumulaba del viaje.

Decido ir a hacer la compra de la semana, (una costumbre heredada de mis padres) y me voy hasta el carrefour de Ciudad de la Imagen. Mucho más vacío y tranquilo que el resto de los que conozco. Durante toda la tarde tengo el síndrome de supermercado. Esa sensación como la del día siguiente de una gran fiesta. No es resaca, es como un sentimiento de vació que viene de las tripas. La sensación de haber perdido algo y no saber muy bien el qué. El síndrome se acrecienta recorriendo los pasillos del hipermercado. Las hileras de productos perfectamente alineadas me dan nauseas. Las ofertas de la semana terminan por hacerlo insoportable. De vuelta en el coche sigo dándole vueltas al asunto. No pienso demasiado en Cristina, que es normalmente quien me produce esta sensación.

En casa coloco las cosas en la nevera y en la despensa. Llamo a mis padres por teléfono para decirles que ya he llegado y que me pasaré más tarde a verles. Llamo a Manu y le pregunto si va a hacer algo hoy. Me dice que ha quedado con una amiga pero que Antonio le ha llamado y que mañana quedaremos todos. Me pregunta que tal por Alemania. Le contesto que nada del otro mundo. Cuelgo. Es una putada llegar a mi edad y seguir soltero, la mayoría de mis amigos se han casado y tienen hijos. Y no hay que imaginarse mucho la cantidad de veces que nos vemos al año. Así que la única solución suele ser los amigos que siguen solteros y hoy no ha habido suerte, así que este viernes me toca casa. No me quejo. En realidad no tengo muchas ganas de salir. Es más bien por charlar un rato con alguien. Me pondré una peli. Tengo una pila de Dvds sin abrir de la última vez que fui de compras en Londres. Y he traído dos más de Alemania.

Antes de cenar voy a casa de mis padres. Esta solo mi padre, me dice que mi madre a ido con unas amigas a no sé donde. No le presto mucha atención, el tampoco a mí. Está pintando un castillo hecho por él mismo en madera y corcho. Estoy una media hora en su casa y la verdad es que no nos contamos mucho. La verdad es que el hombre esta muy mayor ya. Viendo que mi madre no llega, decido irme a casa. Él me invita a quedarme a cenar pero le digo que ya la tengo preparada en casa. Y es verdad. He comprado unas pizzas en el supermercado.

En el coche de vuelta a casa voy escuchando la radio. Después de un rato me aburre. Pongo el disco que he comprado en Alemania, un disco pirata en directo de Bruce Springsteen. No suena mal, para ser un pirata.

Al llegar a casa consulto mi correo: el ordinario y el electrónico. Cartas de bancos y ofertas de pornografía gratuita. Escasa oferta. Lo mismo me ofrece la televisión. Nada. Pruebo con los canales digitales. Veo un rato “Los Simpson”, ya había visto este capitulo antes. Saco la pizza del horno y me pongo el dvd.

Durante la película suena el teléfono, es mi madre para preguntarme que tal el viaje. Me cuenta donde ha ido con las amigas y yo intento deshacerme de ella cuanto antes. La peli esta interesante.

Al rato me suena el móvil, es Manu. Me dice que ha dejado a su amiga en casa y que si me apetece tomarme una cerveza. Le digo que no, que estoy en pijama y que ya no tengo ganas. En cuanto acabe la peli me voy a la cama. Si me dejan terminarla.

Un poquito antes del final me quedo dormido. Me estaba gustando, pero el sueño ha podido conmigo. Decido acabar de verla mañana. Recojo la mesa y pongo el lavavajillas de la comida. Son casi las doce de la noche. Estoy agotado.

Abro la cama para meterme dentro. Vaya día, creía que no se acabaría nunca. Y mañana es sábado. No pongo el despertador. Voy a pegarle una paliza a la cama, dormiré hasta reventar. Apago la luz y me estiro. Pienso en Cristina y a los dos segundos vuelvo a levantarme.

¿A quién pretendo engañar? Voy a la mesilla de noche y cojo el teléfono móvil. ¿Realmente quiero ver lo que hay guardado dentro? No sería mejor que todo fuera fruto de la pesadilla de una mala digestión. Visto ahora desde Madrid, en mi casa, me parece una tontería siquiera mirar si hice alguna foto. ¿Qué tengo que ganar con ello?. Nada. ¿Qué tengo que perder? La cordura. Está claro paso de ello. Vuelvo a dejar el teléfono en su sitio. La foto es la única prueba física que tengo de que anoche paso lo que creo que pasó. A lo mejor no hay ninguna foto en el teléfono, o no había luz y no se puede ver nada, a lo mejor... Menú/ver imágenes/última foto… mierda.

Uno puede intentar engañar a los demás y aparentar que no ha pasado nada pero nunca podemos engañarnos a nosotros mismos. La prueba esta en la pantalla del móvil, la calidad es mala y hay poca luz. Pon todas las pegas que quieras, la realidad sigue estando ahí. La foto no miente. Una pared de color verde con símbolos y letras dibujadas sobre ella, en la foto aparecen de color negro. Yo sé que no eran de ese color. Ahora sí que voy a vomitar.

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